El campeón de 20 Grand Slams cuelga la raqueta después de sufrir múltiples problemas físicos en las dos rodillas
Ha ocurrido una de las peores noticias que puede recibir un amante del deporte: se retira Roger Federer. Es cierto que llevaba un año sin jugar y desde la pandemia apenas había disputado torneos, pero solemos creer que nunca viviremos algo así, como si fuera una especie de ente inmortal que seguirá enseñándonos de por vida la esencia del arte con su talento.
Genio fuera y dentro de la cancha
Si me tuviera que quedar con una definición acerca del suizo, diría que es la pura representación del tenis. La imaginación, el desparpajo, la elegancia combinada con una eficiencia nunca vista, el carisma, el compromiso, la técnica exquisita. Por eso es único y diferente a todos. Porque ha sabido llevar al noble arte de la raqueta a otra dimensión, a otro nivel, y provocar que hasta personas a las que no le gusta el tenis acaben enamorándose de dicho deporte gracias a él. Las 19 veces consecutivas que ha sido elegido el más querido del circuito explican la popularidad y trascendencia que ha supuesto a lo largo del planeta.
Esta devoción que la gente siente por él es algo muy difícil de repetir. Jugadores ha habido muchos y muy buenos a lo largo de la historia, sin embargo Federer ha logrado que fans de Djokovic, Nadal, Sampras, Agassi, Connors o Borg se unan en una especie de admiración que nadie más ha podido igualar.
Al margen de su impecable juego, hay otra característica que le ha valido reinar durante 17 años seguidos en la lista de los tenistas mejor pagados del mundo. La educación y el respeto que trasmite, genera un auténtico imán para marcas y aficionados. No pone malas caras, no rompe raquetas, no ensucia al rival; en resumen es la imagen de un caballero. Y es aquí donde me parece que la parte humana es incluso superior a su talento, ya que al final es el símbolo que cualquier persona muestra a los demás. Complicado significar tanto como lo hace y ha hecho el de Basilea.
Pasión por el tenis
Hay otra faceta que no se puede olvidar al mencionar su figura. Y es que para generar pasión al resto primero hay que poseer este sentimiento, algo que el helvético ha demostrado en numerosas ocasiones. Algo que ejemplifica esto perfectamente, es el increíble regreso que protagonizó en 2017 cuando mucha gente le veía ya como exjugador.
Una terrible lesión en su rodilla izquierda le privó de competir en 2016 en los Juegos Olímpicos de Río, y además le tuvo sin entrenar varios meses. Volvió en la Copa Hopman de 2017, dónde cayo eliminado en fase de grupos junto a Belinda Bencic. No obstante, lo mejor estaba por llegar. Casi un mes después de esta derrota levantó su decimoctavo Grand Slam en Australia venciendo a Nadal en una de las mejores finales de la historia. Los triunfos en Indian Wells y Miami significaron uno de los mejores inicios de temporada en la carrera de Roger. Más tarde ganaría Wimbledon marcando un hito hasta ese entonces, puesto que se convertía en el primer tenista masculino en alcanzar la cifra de 20 «Majors».
El final más doloroso
Fue precisamente en Basilea, su ciudad natal, donde logró su último trofeo en 2019. Las malditas lesiones volvieron a aparecer en febrero de 2020, momento en el que se sometió a una cirugía artroscópica por una lesión en la rodilla derecha. Por dicho motivo se perdió el resto de torneos de dicho año, prometiendo regresar el curso siguiente.
Esta ansiada vuelta se confirmó en el atp 250 de Doha, y aunque perdió ante Basilashvili en cuartos todo iba según lo previsto. Renunció a multitud de torneos entre los que encontraban firmas de la talla de Miami, Madrid o Roma; con el objetivo de llegar en las mejores condiciones posibles a París. Una inesperada derrota contra Andújar en Ginebra dio síntomas de que algo no iba bien, y la retirada antes de enfrentarse a Berretini en la cuarta ronda de Roland Garros acabó por agravar aún más las dudas.
La siguiente parada sería en el atp 500 de Halle, campeonato que más veces ha obtenido junto con el atp 500 de Basilea. Allí fue superado por Aliassime dando muestras de que su físico estaba muy lejos del adecuado para pelear por títulos importantes. Más tarde aterrizó en Wimbledon sin muchas expectativas, pero con la ilusión de un niño que sabía que el final podía estar más cerca de lo que le gustaría. Si bien los primeros tres partidos los salvó con suficiente soltura, no pudo con Hurkacz en cuarta ronda tras un cruel desenlace (3-6, 6-7 y 0-6), que a la postre ha acabado suponiendo la última vez que Roger Federer saltó a la pista en un Grand Slam.
Después de meses y meses de incógnitas acerca de una posible reaparición, finalmente el suizo ha dejado en shock al planeta entero después de anunciar que la Laver Cup será el punto y final a su carrera: «Los últimos tres años se me han presentado desafíos en forma de lesiones y operaciones. He trabajado duro para volver a mi mejor versión competitiva. Pero también conozco las capacidades y los límites de mi cuerpo, y el mensaje que me ha mandado está claro. Tengo 41 años. He jugado más de 1.500 partidos en los últimos 24 años. El tenis me ha tratado más generosamente de lo que soñé, y ahora debo reconocer que es tiempo de terminar mi carrera competitiva«.
Se cierra así uno de los capítulos más gloriosos de la historia del deporte, ese en el que tuvimos el privilegio de disfrutar de un ícono irrepetible. Al menos nos quedará el consuelo de que le pudimos ver en directo, y cuando nuestros nietos nos pregunten quién era Federer respondamos con una sonrisa: «el jugador que me hizo enamorarme del tenis». Gracias por todo Maestro, jamás te olvidaremos.
Autor: Carlos Sánchez