Como un guepardo acechando a su presa, el Eintracht aguardaba, paciente, a que el Barça se metiera en su territorio. No tenía prisa, sabía que tenía que esperar a que su presa, cansada de sus pastos, se atreviera a cruzar el campo para ir en busca de hierba más verde y frondosa. El Barça, confiado, cruzó la valla. Tenía que alimentarse, no había sido un año muy fructífero y tenía hambre. Lo que no sabía es que, en el otro lado del campo, un Eintracht también hambriento ya le esperaba. Sin ni siquiera darse cuenta y sin tiempo para reaccionar, la presa había caído en la trampa y ya no podría salir de ella.
Una vez en la trampa, los centrocampistas no podían girarse hacia el campo rival, muy tapados por sus rivales. Eso les obligaba a servir el balón atrás y, en ese preciso instante, era cuando el Eintrancht se desataba. Espoleados por su afición y con todas las facilidades posibles por parte del arbitraje, los alemanes mordían, ganaban la segunda jugada y contraatacaban con voracidad. Durante toda la primera mitad el Barça se vió superado y le tocó aceptar la situación, resistir, con la certeza de que su momento en el partido llegaría. Y así fué.
Xavi aprovechó el ligero bajón físico de los alemanes para introducir a Dembelé y De Jong, además de cambiar a Pedri de perfil. El desborde del francés y la llegada del holandés deberían sumarle el punch que les faltaba a los de Xavi para aprovechar los numerosos espacios que dejaban a sus espaldas los centrales rivales. El golpe de timón surgió efecto y el partido viró hacía tierra de nadie, tras el gol de Ferrán. La presa supo salir de su trampa y el guepardo se fué con el rabo entre las piernas. Sin embargo, es rencoroso. La presa, aún así, ya no está asustada. Sabe que si el guepardo quiere ir a por ella deberá cruzar los pastos, para entrar en sus dominios. Y allí, la presa, se cobrará su venganza.
Autor: Jon García Casado
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