Para los culés, el reciente 0-4 en el Bernabéu significaba la culminación y el inicio de mucho. Los partidos previos, de entrenamiento y adaptación, terminaban ahí para Xavi: era la hora de la verdad. Por otro lado, una generación de oro cada vez más descompuesta daba uno de sus últimos coletazos, para endosarle al Madrid otro resultado histórico a domicilio. Pero, mientras el Barça de Pique, Busquets y Alba se apagaba, el de Gavi, Pedri, Ferrán se iluminaba, para ilusionar al barcelonismo y mostrar al mundo que habían vuelto. Todo eran celebraciones, alegría, ilusión. Porque el Barça no sabía que aquella victoría, el final y el inicio de tanto, también sería su perdición.
Tras la ilusión, llegó la confianza. Los culés se sentían incluso capaces de pelear la Liga. Pero, cuanto más alta es la caída, más duele. Y la temporada del Barça ha quedado herida de muerte. Primero llegaron las dudas futbolísticas, ante defensas de tres y presiones contra las que Xavi no encontró respuesta. Después, las físicas. Lesiones en defensa que condicionan partidos. Y para colmo, las mentales, para que el Barça sea un equipo que vagabundea por la Liga, buscando un segundo puesto que poco a poco se le esfuma.
La suerte en el fútbol no existe. La suerte se atrae. El equipo que sepa domar sus propias dinámicas, se hará con ella y, muy probablemente, vencerá. El problema para los culés es que la dinámica se ha apoderado de ellos y les ha vuelto débiles. El Barça ha cambiado el perfume de la victoria por el de la derrota. Y los rivales lo huelen, se confían y le vencen. Dar cera, pulir cera: ese es el único camino. Xavi tiene mucho trabajo por hacer.
Autor: Jon García Casado